Read without ads and support Scribd by becoming a Scribd Premium Reader.
 
Edith Wharton La casade la alegría
 
EDITH WHARTONEDITH WHARTON
LA CASA DE LALA CASA DE LA ALEGRÍAALEGRÍA
1
 
Edith Wharton La casade la alegría
 
Nota al texto
La casa de la alegría se publicó por entregas en
Scribner's Magazine
de enero a noviembre de 1905. Ese mismo año, en octubre, apareció enforma de libro (Charles Scribner's Sons, Nueva York); sobre el texto de esaedición se basa la presente edición.El título de la novela es una alusión a Eclesiastés, 7:4: «El corazónde los sabios habita la casa del duelo pero el de los locos habita la casa dela alegría». Edith Wharton se negó a incluir la cita en la portada de laprimera edición, como pretendían sus editores.2
 
Edith Wharton La casade la alegría
 
LIBRO PRIMERO
3
 
Edith Wharton La casade la alegría
 
Capítulo I
Selden se detuvo, sorprendido. En la aglomeración vespertina de laEstación Grand Central, sus ojos acababan de recrearse con la visión de laseñorita Lily Bart.Era un lunes de principios de septiembre y volvía a su trabajodespués de una apresurada visita al campo, pero ¿qué hacía la señoritaBart en la ciudad en aquella estación? Si la hubiera visto subir a un tren,podría haber deducido que se trasladaba de una a otra de las mansionescampestres que se disputaban su presencia al término de la temporada deNewport
1
; pero su actitud vacilante le dejó perplejo. Estaba apartada de lamultitud, mirándola pasar en dirección al andén o a la calle, y su aire deindecisión podía ocultar un propósito muy definido. El primer pensamientode Selden fue que esperaba a alguien, y le extró que la idea lesorprendiera. No había novedades en torno a ella y, sin embargo, nuncapodía verla sin sentir cierto interés: suscitarlo era una característica deLily Bart, así como el hecho de que sus actos mas sencillos parecieran elresultado de complicadas intenciones.La curiosidad impulsó a Selden a desviarse de su camino hacia lapuerta para acercarse a ella. Sabía que, si no quería ser vista, se lascompondría para eludirle a él y le divertía poner a prueba su ingenio.-Señor Selden... ¡Qué suerte!Fue hacia él sonriendo, casi impaciente en su afán de salirle al paso.Las pocas personas a quienes rose volvieron a mirarla, porque laseñorita Bart era una figura capaz de detener incluso a un viajerosuburbano que corriera para coger el último tren.Selden no la había visto nunca tan radiante. Su rubia cabeza, quecontrastaba con el apagado colorido de la muchedumbre, resultaba másllamativa que en un salón de baile y el oscuro sombrero con velo leprestaba la tersura juvenil y la tez diáfana que había empezado a perdertras once años de acostarse tarde y bailar con frenesí. ¿Eran realmenteonce os, se pregunSelden, y habría cumplido de verdad losveintinueve que le atribuían sus rivales?-¡Vaya suerte! -repitió-. ¡Qué amable ha sido al acudir en mi ayuda!
1
Newport era una lujosa zona de veraneo en la costa de Rhode Island. [Esta nota,como las siguientes, es del editor.]
4
 
Edith Wharton La casade la alegría
 
Él respondió en tono festivo que hacerlo era su misión en la vida ypreguntó de qué forma podía socorrerla.-¡Oh, casi de cualquier modo! Incluso sentándose en un banco yhablando conmigo. Si podemos pasar sentados un cotillón, ¿por qué no elintervalo entre dos trenes? No hace más calor aquí que en el invernaderode la señora Van Osburgh... y algunas de estas mujeres no son más feasque ella.Se interrumpió con una risa y explicó que había llegado a la ciudaddesde Tuxedo para dirigirse a casa de Gus Trenor en Bellomont, y quehabía perdido el tren de las tres y cuarto a Rhinebeck
2
.-Y no hay otro hasta las cinco y media. -Consultó el pequeño reloj debrillantes medio oculto entre los encajes del puño-. Dos horas de espera yno sé qué hacer. Mi doncella ha venido esta mañana para comprarmealgunas cosas y a la una tenía que marcharse a Bellomont. La casa de mitía está cerrada y no conozco a un alma en la ciudad. -Miró a su alrededorcon un mohín de fastidio-. En realidad, hace más calor que en casa de laseñora Van Osburgh. Si tiene tiempo, lléveme a respirar a algún sitio.Él declaró estar a su entera disposición; la aventura se le antojódivertida. Como espectador, siempre le había gustado Lily Bart, y supropio camino estaba tan fuera de su órbita que le distraía entrarfugazmente en la súbita intimidad que implicaba aquella proposición.-¿Vamos a tomar una taza de té a Sherry's?Ella sonrió, complacida, pero en seguida hizo una ligera mueca.-Los lunes viene tanta gente a la ciudad..., lo más probable es queencontremos a un montón de latosos. A mi edad, esto no debepreocuparme, pero, a la de usted, sí -objetó alegremente-. Me muero deganas de una taza de té, pero... ¿no hay un lugar más tranquilo?Él corresponda su sonrisa, que encontcautivadora. Sudiscreción le interesó tanto como su imprudencia; estaba seguro de queambas formaban parte de un plan cuidadosamente elaborado. Al juzgar ala señorita Bart, siempre le había atribuido «segundas intenciones».-Los recursos de Nueva York son bastante exiguos -observó-, perollamaré a un coche de punto y luego inventaremos algo.
2
En Tuxedo vivían los miembros de la Tuxedo Park Association, en residencias consu propio campo de golf y coto de caza. Bellomont es el nombre inventado de unamansión campestre. Rhinebeck era un antiguo enclave de los colonos holandeses y porentonces de la clase alta neoyorquina.
5
 
Edith Wharton La casade la alegría
 
La condujo por la marea de excursionistas recién llegados a laciudad, entre muchachas de tez amarillenta, tocadas con sombrerosridículos, y mujeres de pecho plano, cargadas de paquetes y abanicos depalma. ¿Era posible que Lily perteneciera a la misma raza? El desaliño y lavulgaridad de aquellas mujeres del montón hicieron tomar a Seldenconciencia de la distinción de su acompañante.Un breve chubasco había refrescado el aire y unas nubes henchidasde agua aún se cernían sobre la calle húmeda.-¡Qué delicia! Paseemos un poco -propuso ella al salir de la estación.Doblaron hacia la Avenida Madison y empezaron a andar endirección norte. Lily caminaba con paso largo y ligero y Selden sintió quesu proximidad le procuraba un raro placer. La forma de la delicada oreja,el cabello ondulado hacia arriba -¿acaso un poco abrillantado por mediosartificiales?-, la espesa cortina de pestañas negras y rectas... todo en ellaera a la vez vigoroso y exquisito, fuerte y frágil. Selden tuvo la confusaidea de que hacerla dea haber sido muy costoso, de que muchaspersonas feas y mediocres habían tenido que ser sacrificadas de algúnmodo misterioso para crearla. Comprendque las cualidades que ladistinguían de las demás mujeres eran en su mayoría externas, como si ala vulgar arcilla le hubiera sido aplicado un fino barniz de elegancia ybelleza. Pero esta analogía le dejó insatisfecho, porque un material toscono admite un acabado primoroso, y ¿no sería posible que el material fuesefino, pero las circunstancias le hubieran dado una forma fútil?Al llegar a este punto de sus especulaciones, reapareció el sol y lasombrilla abierta puso fin a su deleite. Un momento después, ella sedetuvo con un suspiro.-Oh, estoy sedienta y acalorada... ¡Qué lugar tan odioso es Nueva York! -Miró con expresión de desaliento la monótona calle de arriba abajo-.Otras ciudades se engalanan durante el verano, pero Nueva York parece iren mangas de camisa. -Echó una ojeada a una de las calles adyacentes-.Alguien fue lo bastante humano para plantar unos árboles allí. Vamos a lasombra.-Me alegro de que mi calle merezca su aprobación -observó Seldencuando llegaron a la esquina.-¿Su calle? ¿Vive usted aquí?Contempló con intes las fachadas nuevas de ladrillo y piedracaliza, fantásticamente variadas en atención al afán de novedadnorteamericano, pero frescas y acogedoras con sus toldos y jardineras.6
You're Reading a Free Preview
Pages 7 to 94 are not shown in this preview.
 
Edith Wharton La casade la alegría
 
-Esto sí que es suerte -dijo éste, sonriendo-. Me preguntaba si podríahablar contigo antes de que el tren especial se nos lleve a todos. Hevenido con Gerty Farish después de prometerle que no perderíamos eltren, pero estoy seguro de que continúa entregada a la sentimentalcontemplación de los regalos de boda. Parece considerar su número yvalor como pruebas del afecto desinteresado que une a las partescontratantes.No haa el menor atisbo de turbacn en su voz y, mientrashablaba, apoyado en el quicio de la ventana, dejando que sus ojosdescansaran con franco deleite en la gracia de Lily, ésta sintió una débilpunzada de pesar al ver que había vuelto sin esfuerzo a la actitud anteriora su última conversación. Aquella sonrisa indiferente fue un golpe para suvanidad. Ansiaba ser para él algo más que una cara bonita dotada deexpresión, algo más que una diversión pasajera para su vista y su cerebro,y este intenso deseo se reflejó en su respuesta:-Envidio a Gerty -dijo- su facultad de prestar romanticismo a todasnuestras feas y prosaicas componendas. Yo no me he repuesto desde quetú me revelaste la pobreza y escasa importancia de mis ambiciones.Apenas hubo dicho estas palabras, se dio cuenta de suinoportunidad. Pensó que parecía ser su destino enseñar a Selden suspeores facetas.-Yo creía, por el contrarío -replicó éste-, haberte demostrado queeran más importantes para ti que cualquier otra cosa.Fue como si la impetuosa corriente de su ser hubiera sido frenadapor un obstáculo repentino que la obligara a retroceder. Lily le miró condesconcierto, como una niña ofendida o asustada: ¡su ser auténtico, queera capaz de emerger de las profundidades, estaba tan pocoacostumbrado a ir solo!Su conmovedora indefensión tocó como siempre en Selden una fibralatente de comprensión. No habría significado nada para él descubrir quesu proximidad le prestaba brillantez; en cambio, este atisbo de humorsombrío que sólo él sabía inspirar pareció colocarle una vez más en unmundo aparte con ella.-¡Por lo menos no puedes pensar de mí cosas peores de las quedices! -exclamó Lily con una risa trémula; pero antes de que él pudieracontestar, la corriente de entendimiento que fla entre los dos fueinterrumpida bitamente por la reaparicn de Gus Trenor, que seacercaba seguido del señor Rosedale.95
 
Edith Wharton La casade la alegría
 
-¡Maldita sea, Lily! ¡Pensé que me había dado esquinazo! Rosedale yyo la hemos buscado por todas partes.En su voz había una nota de familiaridad conyugal y la señorita Bartcreyó detectar en los ojos de Rosedale una descarada percepción delhecho; la idea convirtió su antipatía en repugnancia.Correspondió a su profunda reverencia con un ligero movimiento decabeza, especialmente desdeñoso porque intuía la sorpresa de Selden alver que Rosedale figuraba entre sus conocidos. Trenor se había alejado ysu acompañante continuó frente a la señorita Bart, atento y expectante,sonriendo por anticipado, en espera de lo que ella pudiera decirle, todo élconsciente del privilegio de ser visto en su compañía.Era el momento para tener tacto, para llenar con rapidez todas laslagunas, pero Selden seguía apoyado contra la ventana como unobservador casual de la escena y, bajo el hechizo de su observación, Lilyse sintió impotente para ejercer sus artes habituales. El temor de quesospechara la menor necesidad por su parte de frenar a Rosedale leimpidió pronunciar las triviales frases de cortesía. Rosedale continuabadelante de ella en actitud expectante y ella seguía inmóvil y en silencio,con la mirada a la altura de su reluciente calva. Esta mirada ponía puntofinal a las implicaciones de su silencio.Él se sonrolentamente, apoyado ya en un pie, ya en otro,manoseando la gruesa perla negra de su corbata y retorciéndose el bigotecon nerviosismo; y de pronto, la mide arriba abajo, retrocedyexclamó, mirando de soslayo a Selden:-Por mi honor que nunca vi un atuendo tan despampanante. ¿Es laúltima creación de la modista que visitó en el Benedick? Si es así, ¡nocomprendo por qué no van a verla todas las mujeres!Las palabras fueron proyectadas con fuerza contra el silencio de Lily,y ésta comprenden seguida que su propia actitud les haa dadoimpulso. En medió de una conversación normal habrían pasadoinadvertidas, pero la pausa prolongada les confirió un significado especial.Sint, sin mirar, que Selden lo había captado inmediatamente,relacionando la alusión con la visita que ella le hiciera en su casa. Estoaumentó su irritación contra Rosedale, pero también la convicción de queahora o nunca era el momento de frenarlo, por odioso que fuera hacerloen presencia de Selden.-¿Cómo sabe que las demás mujeres no van a mi modista? -replicó-.¡No me da miedo facilitar su dirección a mis amigos!96
 
Edith Wharton La casade la alegría
 
Su mirada y su acento incluían tan claramente a Rosedale en estecírculo privilegiado que los pequeños ojos de éste se entornaron por laemoción y una sonrisa de experto le levantó el bigote.-¡Por Dios que no hay razón para tenerlo! -exclamó-. ¡Aunque secompren la colección entera, usted las ganará con medio galope!-¡Ah! Es usted muy amable y aún lo sería más si me llevara a unrincón tranquilo y me fuera a buscar un vaso de limonada u otro refrescoinocente antes de que tengamos que salir corriendo para coger el tren.Dio media vuelta mientras hablaba, permitiendo que él caminarapavoneándose a su lado entre los grupos de la terraza; todos sus nervioslatían sólo de pensar qué le parecería a Selden semejante escena.Pero por debajo de su cólera por la perversidad de las circunstanciasy la ligera superficie de su charla con Rosedale persistía una tercera idea:no tenía intención de partir sin tratar de descubrir la verdad sobre PercyGryce. El azar, o tal vez el propósito del interesado, les había alejadodesde que él se marchara tan precipitadamente de Bellomont; pero laseñorita Bart era una experta en sacar el máximo partido de lo inesperadoy los desagradables incidentes de los últimos momentos -la revelación aSelden de aquella parte de su vida que s deseaba ocultarle-incrementaron su deseo de protección, de huida de tan humillantescontingencias. Una situacn definida sea s tolerable que serzarandeada de este modo por la casualidad, lo cual la obligaba a vigilarsiempre, inquieta, cualquier posibilidad que le presentara la vida.Dentro de la casa se respiraba un ambiente de dispersión general,como cuando un auditorio se prepara para irse después de que los actoresprincipales hayan abandonado el escenario; pero entre los grupos Lily nopudo ver ni a Gryce ni a la menor de las hermanas Van Osburgh. Laausencia de ambos se le antojó un mal presagio, y cautivó al señorRosedale al proponerle un paseo hasta los invernaderos del otro extremode la casa. Quedaban invitados suficientes en la larga hilera de salonespara que su salida llamara la atención, y Lily se dio cuenta de que laseguían miradas irónicas e inquisitivas que se desviaban con el mismo aireinofensivo de su indiferencia al contento de su acompañante. En aquelmomento le importaba muy poco que la vieran con Rosedale; todos suspensamientos se centraban en el objeto de su búsqueda. Pero éste no seencontraba en los invernaderos y Lily, oprimida por la súbita convicción dehaber fracasado, se disponía a hallar un modo de librarse de su pareja,ahora superflua, cuando vio delante de ella a la señora Van Osburgh,ruborizada y exhausta, pero radiante de satisfacción por el debercumplido.97
 
Edith Wharton La casade la alegría
 
Miró un momento a la pareja con la expresión benigna pero ausentede la fatigada anfitriona para quien sus invitados se han convertido enmeros puntos giratorios de un caleidoscopio trepidante, pero de pronto suatención se concentró y cogió del brazo a la señorita Bart con un ademánconfidencial.-Mi querida Lily, no he tenido tiempo de hablar contigo y supongoque ahora estas a punto de irte. ¿Has visto a Evie? Te ha buscado portodas partes; quería revelarte su pequeño secreto, pero me imagino queya lo has adivinado. El compromiso no se anunciará hasta la semanapróxima... pero tú eres tan buena amiga del señor Gryce que ambosdeseaban participarte su felicidad antes que a nadie.98
 
Edith Wharton La casade la alegría
 
Capítulo IX
Cuando la señora Peniston era joven, la buena sociedad volvía a laciudad en octubre; por eso el día diez de este mes se subían las persianasde su residencia de la Quinta Avenida y los ojos del Gladiador Moribundode bronce que ocupaba la ventana del salón reanudaban su inspección dela desierta calle.Las dos primeras semanas después del regreso representaban parala señora Peniston el equivalente dostico de un retiro espiritual.«Repasabla ropa blanca y las mantas con el mismo esritu delpenitente que explora los recovecos mas íntimos de su conciencia;buscaba polillas como el alma atribulada busca flaquezas latentes.Vaciaba el último rincón de la bodega y la carbonera y, como fase final delos ritos lustrales, envolvía toda la casa en un blanco penitencial y larociaba de expiatoria espuma de jabón.Fue en esta fase de la operación cuando la señorita Bart volvió alatardecer de la boda de Gwen Van Osburgh. El viaje de regreso a la ciudadno había sido precisamente indicado para sosegar sus nervios. Aunque elcompromiso de Evie Van Osburgh no era todavía oficial, se trataba de unsecreto ya conocido por los innumerables amigos íntimos de la familia; yel tren lleno de invitados bullía de alusiones y pronósticos. Lily eraplenamente consciente de su propio papel en este drama de indirectas:conocía la calidad exacta de la diversión suscitada por las circunstancias.Las vulgares formas de placer preferidas por sus amistades incluían unestridente goce de tales complicaciones: el deleite de sorprender aldestino en el acto de gastar una broma pesada. Ella sabía muy bien cómocomportarse en las situaciones difíciles; conocía a la perfección la actitudque media entre la victoria y la derrota: todas las insinuacionesresbalaban suavemente por la brillante capa de su indiferencia. Sinembargo, ya empezaba a sentir la tensión de tal conducta y al final unarápida reacción la sumió en un profundo asco de sí misma.Como siempre le ocurría, esta repulsión moral encontró un desahogosico criticando súbitamente a su entorno. Se rebeló contra lacomplaciente fealdad del nogal negro de la señora Peniston, el brilloresbaladizo de las baldosas del recibidor y el olor mezclado de jabón ypulimento que la recibió en el umbral.Las escaleras aún no estaban alfombradas y cuando subía a suhabitación la detuvo en el descansillo una creciente marea de espuma de99
 
Edith Wharton La casade la alegría
 
 jabón. Se apartó, recogiéndose las faldas con impaciencia, y al hacerlotuvo la extraña impresión de haberse encontrado antes en situaciónparecida, aunque en un ambiente distinto. Le pareció que bajaba laescalera del inmueble de Selden y, al buscar la mirada a la culpable parareprenderla por la inundación jabonosa, vio los mismos ojos que se habíancruzado con los suyos en circunstancias similares. Era la fregona delBenedick, que, apoyada sobre sus codos enrojecidos, la miraba con lamisma implacable curiosidad y la misma resistencia aparente a hacerlesitio. En esta ocasión, sin embargo, la señorita Bart estaba en su propioterreno.-¿No ve que quiero pasar? Aparte el cubo, por favor -ordenóbruscamente.Al principio la mujer pareció no oírla y luego, sin una palabra deexcusa, empujó el cubo y secó el descansillo con una bayeta húmeda, sindejar de mirarla. Era intolerable que la señora Peniston empleara apersonas como aquélla, y Lily entró en su habitación decidida a exigir quela mujer fuera despedida aquella misma tarde.De momento, sin embargo, la señora Peniston era inaccesible acualquier reclamación, ya que desde primeras horas de la mañana estabaencerrada con su doncella, repasando sus pieles, un proceso queconstituía la culminación del drama de renovación doméstica. Por la nochese encontró igualmente sola porque su tía, que rara vez cenaba fuera,había respondido a la convocatoria de una prima Van Alstyne que sehallaba de paso en la ciudad. La casa, en su estado de orden y limpiezaantinaturales, era deprimente como una tumba, y cuando Lily, al terminarsu frugal cena entre aparadores cubiertos por banas, entró en elinhóspito salón, tuvo la sensación de haber sido enterrada viva dentro delos sofocantes límites de la existencia de la señora Peniston.En general evitaba estar en casa durante el baldeo doméstico, peroen esta ocasión una serie de razones se habían confabulado para atraerlaa la ciudad, y la primera era haber recibido menos invitaciones que decostumbre para el otoño. Estaba tan acostumbrada a ir de una mansióncampestre a otra hasta que el fin de las vacaciones obligaba a susamistades a volver a la ciudad que los intervalos de tiempo libre le dabanuna extraña sensación de decreciente popularidad. Era cierto lo que lehabía dicho a Selden: la gente se estaba cansando de ella. Sería bienacogida en un nuevo papel, pero como señorita Bart se la sabían dememoria. Ella también se sabía a sí misma de memoria y estaba harta desu personaje. Había momentos en que deseaba con fuerza algo diferente,algo extraño, remoto e inexplorado, pero los juegos más audaces de su100
You're Reading a Free Preview
Pages 101 to 159 are not shown in this preview.
 
Edith Wharton La casade la alegría
 
puerta y salir dos figuras que se perfilaron contra la luz del vestíbulo. En elmismo momento se detuvo un coche de alquiler junto al bordillo de laacera y una de las figuras bajó flotando en un halo de prendas vaporosasmientras la otra, negra y abultada, seguía aún proyectada contra la luz.Durante un segundo inconmensurable, los dos espectadores delincidente guardaron silencio; entonces la puerta de la casa se cerró, elcoche inició la marcha y toda la escena se desvaneció como por arte demagia.Van Alstyne dejó caer el monóculo con un silbido ahogado.-Hmmm... Ni una palabra sobre esto, ¿eh, Selden? Como miembro dela familia, sé que puedo confiar en usted... Las apariencias engañan... y laQuinta Avenida tiene una iluminación tan deficiente...-Buenas noches dijo Selden, alejándose por la calle lateral sin ver lamano extendida de su acompañante.Sola con el beso de su primo, Gerty se sumió en sus pensamientos.La había besado otras veces... pero no con otra mujer en los labios. Si nohubiera venido, podría haberse ahogado tranquilamente, sumergiéndosede buen grado en las aguas oscuras. Pero ahora estas aguas estabaniluminadas y era más difícil ahogarse al amanecer que en las tinieblas.Gerty ocultó su rostro a la luz, pero ésta penetró por las rendijas de sualma. Antes estaba tan contenta, la vida le parea tan sencilla ysuficiente: ¿por qué había venido a perturbarla él con nuevas esperanzas? Y Lily.. ¡Lily, su mejor amiga! Como una mujer, acusaba a la mujer. De nohaber sido por Lily, tal vez su suo podría haberse convertido enrealidad. Selden siempre había simpatizado con ella y comprendido lamodesta independencia de su vida. Con su fama de sopesar todas lascosas en la delicada balanza de las percepciones más exigentes, la había juzgado siempre con sencillez y sin crítica; y su inteligencia no habíadeslumbrado en exceso a Gerty porque siempre se sentía a gusto en sucorazón. ¡Y ahora la mano de Lily la había expulsado de él y cerrado lapuerta en las narices! ¡Después de que ella misma le hubiera suplicado aSelden que la dejara entrar! La situación se le presentaba bajo un tristedestello de ironía. Conocía a Selden, sabía que la fuerza de la fe que ellatenía en Lily le había ayudado a vencer sus vacilaciones. Recordó tambiénmo había hablado de él Lily y se vio a misma acerndoles,procurando que se conocieran el uno al otro. No cabía duda de que laherida infligida por Selden era inconsciente; nunca había adivinado su160
 
Edith Wharton La casade la alegría
 
insensato secreto, pero Lily.. ¡Lily dea conocerlo! ¿Cndo falla laintuición de una mujer en semejantes cuestiones? Y, si lo conocía, habíadespojado deliberadamente a su amiga y, además, por un mero caprichode poder, ya que, a pesar de los repentinos e intensos celos de Gerty,parecía imposible que Lily deseara ser la esposa de Selden. Podía serincapaz de casarse por dinero, pero era igualmente incapaz de vivir sin él,y las ansiosas investigaciones de Selden sobre las pequeñas economíasdomésticas hacían pensar a Gerty que le había engañado tantrágicamente como ella.Estuvo mucho rato en el saloncito, donde los rescoldos se deshacíanen una ceniza fría y gris y la lámpara perdía intensidad tras la alegrepantalla. Justo debajo estaba la fotografía de Lily Bart, que contemplabacon aires de emperatriz las baratas chucherías y los apretados muebles dela pequeña habitación. ¿Podía imaginarla Selden en semejante interior?Gerty vio la pobreza, la insignificancia de su entorno; contempló su vidacon los ojos de Lily y la crueldad de las opiniones de ésta de repente laconmovió. Comprendió que había adornado a su ídolo con atributos quesólo existían en su imaginación. ¿Cuándo se había emocionado realmenteLily, o sentido compasn o comprendido a alguien? Lo único que leinteresaba era saborear experiencias nuevas: parecía un ser cruel querealizara experimentos en un laboratorio.El reloj de esfera rosada tocó otra hora y Gerty se puso en pie conun sobresalto. Por la mañana tenía una cita a hora muy temprana con unavisitante de distrito en un lugar del East Side. Apagó la lámpara, cubrió elfuego y fue a desnudarse al dormitorio. Vio reflejado su rostro en elpequeño espejo del tocador, rodeado de las sombras de la habitación, ylas lágrimas emborronaron la imagen. ¿Qderecho tenía a acariciarhermosos sueños? Una cara vulgar invitaba a un destino vulgar. Lloró ensilencio mientras se desnudaba y ordenaba las prendas con su precisiónhabitual, a fin de tenerlo todo preparado para el día siguiente; entoncesreanudaría la vida normal como si no hubiera habido ninguna interrupciónen su rutina. La sirvienta no llegaba hasta las ocho, por lo que se preparópersonalmente la bandeja del té y la dejó junto a la cama. Después cerrócon llave la puerta del apartamento, apagó la luz y se acostó. Pero nopodía conciliar el sueño, comprendiendo que odiaba a Lily Bart. Estacerteza surgió de la oscuridad como un pecado informe con el que tendríaque luchar cuerpo a cuerpo. Razón, sentido común, renunciación: todaslas sensatas fuerzas diurnas fueron vencidas en la dura lucha por la propiasupervivencia. Quería la felicidad, la quería con la misma fiereza que Lily,pero sin el poder de Lily para conquistarla. Y, consciente de su impotencia,trémula e inmóvil, continuó odiando a su amiga...161
 
Edith Wharton La casade la alegría
 
La campanilla de la puerta la hizo saltar de la cama. Encendió unavela y se paró a escuchar, asustada. El corazón le latió sin freno unossegundos, hasta que el sentido de la realidad la serenó y recordó que talesllamadas no eran infrecuentes en su trabajo caritativo. Se puso la bata,corrió a abrir la puerta y se encontró con la radiante visión de Lily Bart.El primer movimiento de Gerty fue de aversión; retrocedió como si lapresencia de Lily iluminara su pesadumbre con demasiada fuerza.Entonces oyó gritar su nombre, entrevió el semblante de su amiga y sedejó abrazar fuertemente por ella.-¡Lily! ¿Qué ocurre? -exclamó.La señorita Bart la soltó, casi sin aliento, como un prófugo queencuentra asilo después de una prolongada huida.-Tenía tanto frío... No podía ir a casa. ¿Está encendida la chimenea?Los instintos compasivos de Gerty reaccionaron a la urgente llamadade la costumbre y eliminaron todos sus recelos. Lily era simplemente unapersona que necesitaba ayuda: no había tiempo de preguntar la razón nide hacer conjeturas; la piedad disciplinada ahogó un interrogante en loslabios de Gerty, que condujo en silencio a su amiga al saloncito y la hizosentar junto a la chimenea apagada.-Hay algunas astillas aquí; haré fuego en un minuto.Se arrodilló y la llama saltó en seguida bajo sus rápidas manos,produciendo extros destellos a través de las grimas que ntemblaban en sus ojos e iluminando el blanco y desencajado rostro de Lily.Las dos se miraron en silencio y Lily repitió:-No podía ir a casa.-No... no... ¡Has venido aquí, querida! Tienes frío y estás cansada...No te muevas mientras hago un poco de té.Gerty había adoptado sin darse cuenta el tono consolador de suprofesión: todos los sentimientos personales se fundieron en este sentidode ministerio; la experiencia le había enseñado que antes de examinar laherida hay que restañar la sangre.Lily permaneció inmóvil, inclinada sobre el fuego; el tintineo de lastazas a su espalda la consolaba como los ruidos familiares calman al niño162
 
Edith Wharton La casade la alegría
 
asustado del silencio. Pero, cuando Gerty volvió con el té, lo rechazó ymiró con ojos ausentes la conocida habitación.-He venido porque no podía soportar la soledad -explicó.Gerty dejó la taza sobre la mesa y se arrodilló junto a ella.-¡Lily! Ha ocurrido algo... ¿Puedes contármelo?-No podía quedarme en vela en mi dormitorio hasta la mañana.Detesto mi habitación en casa de tía Julia... así que vine aquí...Se estremeció de improviso, saliendo de su apatía, y abrazó a Gertyen un nuevo arrebato de temor.-Oh, Gerty, las Furias... Ya conoces el ruido de sus alas, lo has oído,¿verdad?, de noche, en la penumbra... No, no lo has oído, la oscuridad notiene por qué asustarte...Estas palabras, después de las últimas horas de Gerty, arrancaron aésta un débil murmullo de sarcasmo, pero Lily, inmersa en su propiadesgracia, era sorda a todo.-¿Dejarás que me quede? Cuando amanezca ya no me importará...¿Es tarde? ¿Falta poco para que se acabe la noche? Debe ser horrible nopoder dormir... Todo se detiene ante tu cama y te mira fijamente...-¡Lily, mírame! Ha sucedido algo... ¿un accidente, tal vez? Estásasustada... ¿Qué es lo que te ha asustado? Dímelo, si te es posible, sólounas palabras... para que pueda ayudarte.Lily negó con la cabeza.-No estoy asustada; ésta no es la palabra. ¿Te imaginas mirándote alespejo una mañana y viendo una desfiguración... un cambio espantosoque se ha producido mientras dormías? Pues bien, yo me veo así: nosoporto verme reflejada en mis propios pensamientos... Ya sabes que odiola fealdad, siempre me he apartado de ella... Pero no puedo explicártelo...No lo comprenderías. -Levantó la cabeza y posó la mirada en el reloj-.¡Qué larga es la noche! Y no sé si podré dormir mañana. Alguien me dijoque mi padre solía pasar la noche en vela, pensando cosas horribles. Y élno era malo, sólo poco afortunado, pero ¡ahora comprendo cuánto debíasufrir, a solas con sus pensamientos! En cambio, yo soy mala, unamujerzuela, todos mis pensamientos son malos y siempre he estadorodeada de personas malas. ¿Sirve esto de excusa? Pensé que podíadirigir mi propia vida... Era orgullosa... ¡orgullosa! Pero ahora estoy a sumismo nivel...163
 
Edith Wharton La casade la alegría
 
Los sollozos la sacudieron y se abandonó a ellos como un árbol auna tormenta de viento.Gerty volvió a arrodillarse su lado y esperó, con la paciencia nacidade una larga práctica, a que este arranque de desesperación le soltara lalengua. Al principio se había imaginado una especie de conmoción física,algún peligro de las calles atestadas, ya que suponía que Lily se dirigía asu casa desde la de Carry Fisher, pero ahora comprendía que eran otroslos centros nerviosos lastimados y tenía la cabeza confusa de tanto hacerconjeturas.Lily dejó de sollozar y levantó la cabeza.-En tus barrios bajos hay chicas malas. Dime... ¿se sobreponenalguna vez? ¿Olvidan algún día y vuelven a sentir como antes?-¡Lily! No debes hablar de este modo... Estás desvariando.-¿No van siempre de mal en peor? No se puede volver atrás... Tuantiguo yo te rechaza, te excluye. -Se puso en pie y estiró los brazos comosi no pudiera más de cansancio-. ¡Ve a la cama, querida! Trabajas muchoy te levantas temprano. Me quedaré aquí, junto al fuego; tú deja la velaencendida y la puerta abierta. Sólo quiero saber que estás cerca de mí.Puso las manos sobre los hombros de Gerty con una sonrisa queparecía un amanecer sobre un mar salpicado de restos de un naufragio.-No puedo dejarte, Lily. Ven y acuéstate en mi cama. Tus manosestán heladas... Tienes que desnudarte y entrar en calor. -Se interrumpió,alarmada de repente-. Pero... ¿y la sora Peniston? ¡Es más demedianoche! ¿Qué pensará?-Siempre se acuesta. Tengo una llave. Da lo mismo... No puedovolver allí.-No es necesario; te quedarás conmigo. Pero tienes que decirmedónde has, estado. Escucha, Lily, ¡te hará bien hablar! -Le cogió de nuevolas manos y las aprecontra su pecho-. Trata de contármelo: tedespejará la cabeza. Escucha: has cenado en casa de Carry Fisher. -Gertyhizo una pausa y añadió en un arranque de heroísmo-: Lawrence Seldensalió de aquí para ir allí a buscarte.Al oír esto, la angustia muda del rostro de Lily se transformó en eldolor candoroso de un niño. Sus labios temblaron y los ojos se le llenaronde lágrimas.164
 
Edith Wharton La casade la alegría
 
-¿Ha ido a buscarme? ¡Nos hemos cruzado! Oh, Gerty, intentabaayudarme. ¡Me lo dijo, me lo advirtió hace mucho tiempo, presintió quellegaría a odiarme a mí misma!Con un sobresalto en el corazón, Gerty vio que aquel nombre habíatocado los resortes de la autocompasión que embargaba el alma de suamiga, quien, lágrima tras lágrima, dio rienda suelta a su dolor. Se habíarecostado de lado en el gran sillón del saloncito, con la cabeza reclinadadonde hacía poco Selden había apoyado la mano, en un abandono en cuyabelleza los vulnerados sentidos de Gerty pudieron ver la inevitabilidad dela propia derrota. ¡Ah, Lily no necesitaba proponérselo para robarle unsueño! Mirar su belleza doliente equivalía a ver en ella una fuerza natural,a reconocer que el poder y el amor pertenecen a las personas como Lily,del mismo modo que la renunciación y el servicio son el sino de aquellas aquienes despojan. Pero, si el enamoramiento de Selden parea unanecesidad fatal, el efecto producido por su nombre asesel golpedefinitivo a la lealtad de Gerty. Los hombres pasan por tales amoressobrehumanos y sobreviven a ellos; son la prueba que somete al corazóna las alegrías humanas. ¡Con qué ardor se habría entregado Gerty alejercicio de su caritativo ministerio! ¡Qué grato habría sido para elladevolver al afligido la tolerancia de la vida! Pero la confesión de Lily learrebaesta última esperanza. La doncella mortal de la orilla esimpotente frente a la sirena que ama a su presa: semejantes víctimas sonarrojadas a la playa muertas después de su aventura.Lily se levantó de un salto y la agarró con fuerza.-Gerty, tú le conoces... le comprendes... Dime: si acudiera a él, si selo contara todo... si le dijera: «Soy mala en todos los aspectos, necesitoadmiración, necesito emociones, necesito dinero...», sí, ¡dinero! Ésta es mivergüenza, Gerty.. y se sabe, se dice de mí... es lo que los hombrespiensan de mí... Si le dijera todo esto... si le contara toda la historia... sidijera claramente: «He caído más bajo que nadie, porque he aceptado loque aceptan las peores y no he pagado lo que ellas pagan»... ¡Oh, Gerty,le conoces, puedes hablar por él! ¡Si se lo contara todo, ¿medespreciaría o se apiadaría de mí, me comprendería y me salvaría deodiarme a mí misma?Gerty, fría y pasiva, sabía que había sonado la hora de la prueba ysu pobre corazón palpitaba desbocado contra su destino. Como fluye unrío oscuro bajo la luz de un relámpago, así vio pasar su ocasión defelicidad bajo el destello de la tentación. ¿Qué le impedía decir: «Es comolos demás hombres»? ¡Después de todo, no estaba tan segura de él! Perodecirlo habría equivalido a blasfemar de su amor. No podía verle bajo otra165
You're Reading a Free Preview
Pages 166 to 250 are not shown in this preview.
You're Reading a Free Preview
Pages 257 to 278 are not shown in this preview.
You're Reading a Free Preview
Pages 285 to 324 are not shown in this preview.
Buscar historial:
Buscando…
Resultados00 de00
00 resultados para resultado para
  • p.
  • Notes